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martes, 28 de enero de 2014

Vieja, ¿me pones las medias?

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Era un fin de semana donde tenía que decidir entre un par de opciones que quería hacer, aunque lo que más quería era lo que más me iba a costar. Muchas veces tuve miedo y hasta llegue a tener pánico de acercarme a eso que tanto deseo, de a poco fui intentando con algo de ayuda y con el pecho que por momentos se me reventaba. Seguramente era por los malditos ataques de pánico que me daban cada vez que intentaba subir a ese colectivo y llegar para verte sonreír.

Ese fin de semana fue muy especial, raro, diría yo que fue como agua en la cara para despertar, un despertador que me anunciaba la pronta salida del colectivo, un celular que me reclamaba que lo haga y otro que me detenía en un andén, que quizás era el de Once, espero que no. Yo mire a mi costado y la almohada estaba intacta, como la había dejado noches atrás. El olor que tanto me recordaba se estaba yendo y yo me esforzaba para que se vaya aún más rápido. Me canse de comprar todo tipo de cosas que tiren perfumes con nombres imposible de lograr ese aroma como vientos de mar o aroma de bebe, yo nunca entendí a esas personas que piensan esos nombres para los perfumes, quizás sea mucho más rentable que uno que se llame “Perros de la calle” o “Culo sucio” como el juego de cartas que solía jugar con Pocho, mi abuelo, y ese rico olor a torta frita de los días de lluvia en su casa y mi abuela repartiendo mate entre los mayores de la familia mientras sus nietos tomaban la chocolatada o el té. Nunca nos dejaban tomar café ni mate, no entendí porque, pero era parte de la familia, algo tan normal como que mi abuelo haga trampa con las cartas y siempre lo tocaba el 1 de espada cuando jugaba al truco, carta que lo hacía ganar siempre.
Quizás mucho lo conozcan con otro nombre a ese juego.  La cuestión es que es divertido y mi abuelo y la ronda de primos lo hacía aún más divertido. Estoy buscando palabras para explicarle como se juega pero creo que Wikipedia puede servir más que yo para esto.

“Se quita una carta del mazo y se reserva (ese es el culo sucio). Se reparten todas las cartas entre los jugadores en partes iguales. Cada jugador descarta los pares de números y los deja sobre la mesa, no importa si se ven o no. En ronda, cada jugador toma una carta del jugador que tiene a la derecha. Si consigue un par de número igual, descarta el par y la ronda continua. El culo sucio será aquel que se quede con una carta sin par.”

La mesa era hermosa, de una madera con un tono oscuro pero hermosa, de esas que cada vez que la vez uno tiende a preguntar “Abuela ¿Cuánto hace que tienen esta mesa?” la respuesta suele ser la misma para cualquier tipo de mueble que está en su casa y que Pocho ya no pasa el dedo para ver si tiene polvo o está limpio, “Desde que nos casamos,(hace la cuenta) 48 años” y ahí es cuando uno se engancha a charlar con los viejos y pregunta cosas como, quien se encaró a quien, donde fue, porque se casaron, cuantos años tenían cuando se conocieron y termina por sorprenderse cuando nos dicen que se casaron cuando el tenía 18 y ella 16 en ciertos casos. Uno imagina esos bailes donde se conocieron y la vestimenta que llevaban que era siempre un vestido que cuidaban para ocasiones especiales. Pocho no tenía mucho con que vestirse, era un tanto desprolijo con su ropa, pero siempre estaba bien peinado, eso sí, llevaba en su bolsillo un peine marón, chico  tenia mitad dientes finos y la otra mitad dientes más gruesos y espaciados, y antes de bajarse del auto o cada vez que cruzaba un espejo, lo sacaba, y con su propio estilo se peinaba raya al costado. Yo lo conocí con pelo blanco, y en las fotos de su infancia no pude nunca saber cómo era su cabello realmente porque todas eran en blanco y negro, lo mismo me paso con Cata, mi abuela, o con Emma que sé que era rubia, pero ahora se tiñe y no sé qué tan cierto era eso, quizás fue su fantasía de pequeña, quizás soñaba con ser rubia, quizás antes de peinarse pensaba “Quiero ser rubia carajo y no lo soy” y mi abuelo Omar, a quien admiro tanto, lo conocí pelado, asique de el no puedo decir más que fue el abuelo pelado que muchos tienen, y realmente lo admiro por su forma de llevar esa calva cabeza, como admire a mi abuelo y lo recuerdo todos los días por llevar ese peine siempre en su bolsillo.

Debo confesar que yo también fui pelado como Omar y que trate de llevarla con la misma actitud que lo lleva el, me costó más, porque no era por una cuestión de tiempo mi calva cabeza, era por otros motivos, y yo creo mucho que fue por ese miedo que le tuve a ese colectivo, por esos malditos ataques de pánicos, por esos casi 3 años que dependí de medicamentos y charlas con mi vieja y con Pablo que me ayudaban mucho. Con dos Pablos, uno de buenos aires y otro de Mercedes. Son personas muy diferentes, pero a ambos los quiero muchísimo, porque hubiese sido muy difícil caminar, entender y aceptar todo eso sin ellos por más remedio que me den. Ambos tenían la capacidad, a su manera, de hacerme sentir bien.

Después de más de un año el pelo creció y para mi hoy es un disfrute enorme, y cuando creció tanto que ya podía peinarme fui a comprar un peine que yo no tenía en mi casa ya que solía pelarme al menos 2 veces por semana, porque mi vida debía ser así seguramente, y porque los Pablos tenían que estar para que yo pueda pelarme, y ella también por la paciencia de días rasurándome la cabeza, aunque me duela recordarla. Pero un día dejo de serlo, el pelo ya había crecido y yo estaba feliz y fui a la farmacia de la esquina de mi casa a comprar unos remedios que me hacían falta y vi un peine, ese peine que me recordaba a Pocho, y sin pensarlo lo agarre y le dije a la farmacéutica, me llevo esto, el resto lo dejo. No quería más que eso en ese momento, Salí ansioso a la calle y no quería otra cosa que llegar al baño de mi casa, pararme frente al espejo, y sentir el peine en mi cabeza. Puedo jurar que ese momento fue muy importante para mí, por estúpido que parezca para muchos. En ese momento lo recordé a mi abuelo como jamás lo había recordado, aún más que el día que llegue a Italia y la primer noche me desperté sentado en la cama sintiendo que mi abuelo me abrazaba y no me y sentía su olor, obviamente que estaba bien peinado. Ese día italiano fue muy triste, porque nunca me anime a llorarlo, siempre creí que tenía que ser fuerte y cuidar a mi abuela y mi mama y mis primos porque ellos eran los que sufrían realmente, sin ver que yo sufría tanto como ellos, porque había perdido a un gran abuelo, un gran papá, un gran amigo, un gran tipo ya se había ido, y ahí lo hice, un año después de su muerte. Trate de evitar que ese llanto sea por él, durante toda una semana cayeron mis lágrimas de dolor como toda esa semana llovió en Milano, fue una semana de gotas, pero yo me mentalice en pensar que lloraba porque extrañaba a una morocha que me despidió en Buenos Aires y tanto amaba.

Fue una semana bastante dura y hoy es difícil recordar todo esto. Es difícil aceptar que ya hace algunos años que no está y no haber guardado para siempre la imagen de su rostro en mi mente y tener que recurrir a fotos para ver las arrugas de su cara, el color de sus ojos, es duro no poder escuchar su vos diciéndome “Tareto” como una forma inocente de decir “¡te gane!” cada vez que terminaba la ronda del Culo sucio y se echaba para atrás contra el respaldo de la silla y agarraba el mate que le daba Cata y lo tomaba con mucho placer, ese placer de haber ganado mezclado con la satisfacción de tener a todos sus nietos rodeándolo y por dentro una victoria picara por que el sabía bien, aunque los niños no, que había hecho trampa con las cartas..

Mis abuelos, Pocho y Cata, vivieron enamorados hasta el último día que él vivió, ella sigue enamorada, se le nota en la cara y en el tiempo porque extraña y siente miedo al dormir y soledad por la mañana que se extiende en el día, y el seguramente que también, pero por ahora no lo sabré. Tampoco quiero explayarme mucho acá contando su historia, pero créanme que fue una de las mejores historias de amor que vi y viví en mi vida. Desde afuera se veía con cuanto cariño se miraban, como se cuidaban, las caricias constantes, las pocas palabras y no olvidare jamás cuando mi abuelo se despertaba y la llamaba a mi abuela para que le ponga las medias y le alcance las chancletas antes de salir de la cama. No era porque no podía hacerlo, lo hizo siempre, desde que tengo uso de razón, era una manera hermosa y simple de pedirle cariño a mi abuela, de empezar el día con una caricia en los pie, y ella para ese momento ya tenía el mate preparado, asique la situación era siempre igual…

- Vieja –
- Ahí voy – Ella agarraba un mate y entraba a la habitación, agarraba un par de medias y cuando llegaba hasta la cama le entregaba ese mate matutino que uno tanto desea cuando se despierta, le ponía las media y le dejaba las chancletas al pie de la cama.

Yo creo que ese momento para él y para ella también, era muy especial, porque no puedo entender como lo hacían siempre. Todos los días, no había uno que la mañana de ellos no comenzara de esa manera.  Imagínense que si así comenzaba un día normal, como empezó todo, creo que no tengo ahora muchas ganas de recordar cada una de las cosas, porque llego un final y ese día sentí que perdí un abuelo.

Recuerdo el último día que lo vi y en la puerta de esa misma habitación donde mi abuela le ponía las medias cada mañana me abrazo y me pidió que siempre cuide de mi mamá. Yo le dije que lo quería mucho y me fui con mi hermana para mi casa a preparar los bolsos ya porque el colectivo salía para Buenos Aires en unos minutos, y por cuestiones de la vida nuestra casa estaba allá, vivíamos con mi hermano también. Lucia decidió quedarse a vivir en esa ciudad tan hermosa y triste con su hijo.

Cuando salimos de la casa de los abuelos, al llegar a la esquina le pregunte a mi hermana “¿no lo notaste raro a Pocho?” me respondió que no y yo insistí contándole ese abrazo y el pedido que me había hecho para toda la eternidad, esas palabras que habían sonado como una despedida que ya venía organizando, porque 4 días después mi teléfono sonó mientras dormía con la morocha que me hacía tan feliz y que tiempo más tarde me despediría en un aeropuerto y la noticia llego. Pocho había muerto. Ya no iba a estar para jugar a las cartas, para andar en bicicleta con todos los nietos juntos, para hacer trampa con las cartas y hacernos creer a todos sus nietos que era capaz de hacer magia con un pucho o con su dedo gordo. El ya no estaba para nada más que para recordarlo, y lo peor de todo es que a mi mejor amigo de toda la vida, a la persona que más quiero y que me acompaño desde que nací, tuve que llamarlo y decirle que ya el abuelo no nos iba a decir más “Tareto” ni nos iba a hacer creer que podía hacer magia, y que esa persona que nos enseñó a andar en bicicleta ya no nos iba a poder enseñar más nada. Juanito corrió a casa y cuando nos vimos nos abrazamos tan fuerte como nunca había pasado, en ese momento entendí lo mucho que quiero a mi familia y lo importante que es.

Pero la vida es así…

Siempre tuve muchos miedo, a la muerte no le tenía hasta que nació mi bella princesa y me hizo pensar de a dos… a veces de a tres, pero que lo que más quiero en mi vida es verla crecer. Aunque el miedo a ese bondi y los ataques de pánico y ser pelado y esa ciudad y no querer volver a lo de Cata porque la tristeza que sabía que ella sentía y la fuerza que todos los días hace para que las lágrimas no se caigan por las suaves arrugas de su cara. Por todos esos miedos me paralice. Tanto que hasta deje de escribir, y un día, justamente hoy, un amigo me pregunto si sabía que quería hacer de mi vida, en una charla casi de café pero con la tecnología del WhatsApp (les comento de paso que me marca esa palabra como un error y no me quedo otra que hacer clic y agregarla al diccionario de Word) y mi respuesta fue bien corta – volver a escribir – eso es lo que más quiero le dije. Me pidió que empiece a hacerlo, le dije que no sabía por dónde, y me pidió que escriba algo, lo más probable es que me salga alguna pelotudez o un recuerdo triste, porque no escribo después de tantas cosas que pasaron en estos casi 3 años y que de a poco me voy sintiendo capaz de tener fuerza para seguir adelante con todo lo que quiero. Y acá está el resultado de esa simple pregunta, y creo que tenía razón cuando dije que lo que iba a escribir iba a ser así o asa, que ni tan tan ni muy muy diría alguien por ahí. Porque Finlandia ya no está, pero encontré un llavero tirado en la calle y que lo colgué con mi manojo de llaves y ahí estará hasta que las pierda y tenga que llamar a un cerrajero para que abra la puerta de mi casa. Lo guarde como el Peine que hoy sigue descansando en su bolsillo, como la primera foto de Amèlie, como el olor a lluvia y torta frita, como ese olor que quiero sacar de la almohada y me esfuerzo tanto, quizás no con la fuerza que debe hacerlo Cata, pero me cuesta y seguramente a ella también, porque es una mujer enamorada y hermosa, pero se siente tan sola que un beso de sus nietos desea que no terminé jamás y que el día que se termine, Pocho le pida que le ponga las medias antes de salir de la cama.



Iuse, el extranjero. Gracias!
La paz comienza en tu sonrisa. 

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